domingo, 26 de septiembre de 2021

La soledad

A veces tan deseada y querida, y otras tan rechazada y odiada. 

Lo cierto es que aunque no nos guste, yo pienso que la soledad debería ser una asignatura obligatoria en nuestra vida. Creo sinceramente que sería bastante productivo que todos estuviésemos solos un periodo de tiempo antes de iniciar, ya no una relación, sino una convivencia con el otro. Aprender a conocernos, a estar solos con nosotros mismos, a observarnos y hacer introspección. Que esa asignatura obligatoria fuese acompañada de unas buenas dosis de inteligencia emocional, que nos enseñen a respetar, a querer de una forma sana, que nos enseñase a comunicarnos saludablemente. 

Que nos enseñasen a resolver conflictos desde la comprensión y la empatía, y no desde los gritos y la ira, eso no es sano, ni productivo, provoca cansancio del alma y otras contraindicaciones. 

Porque convivir no es fácil, cada uno tenemos nuestros propios miedos, manías, y más cosas no resueltas que perjudican a la otra mitad. Pero deberíamos ser lo suficientemente inteligentes para mirar con conciencia y objetividad dentro de nosotros, e identificar lo que es nuestro, de lo que es del otro. Aunque en la mayoría de los casos ambas cosas van unidas, lo que nos molesta del otro quiere decir algo de nosotros mismos. 

La rabia y la frustración aparecen cuando vemos que el otro no es capaz de identificar nada, cuando acusa y acusa sin razón ni motivo, y entramos en una encrucijada de conflictos y reproches, de dudas y nervios, de miedos... Y te sientes perdida, sin saber qué hacer ni cómo actuar, sin encontrar una solución que nos favorezca, sin ganas. 

Y es que las relaciones no son fáciles, independientemente de si se trata de relaciones sentimentales, amistosas, o laborales... tratar de comprender al otro y hacer autocrítica, nunca es fácil, y por desgracia en la mayoría de los casos, nos creemos mejores mucho más de lo que realmente somos. 


sábado, 11 de septiembre de 2021

Ideales

Últimamente tienes una manía muy fea de idealizar. 

Vale que nunca te has enfrentado a esta situación, a convivir con la misma persona un día tras otro, a enfrentar vuestras diferencias, a aprender a vivir con el otro, y con sus demonios. 

Vale que lidiar con la rutina y con la monotonía es difícil, pero sé sincera contigo misma y contesta a estas preguntas: ¿acaso crees que con ese que desprende tanta sensibilidad y romanticismo sería diferente? ¿o que con aquél con el que todo era una montaña rusa de emociones, y derroche de pasión hubiese sido distinto?

Deja de imaginar, deja de idealizar, porque esta es la vida real querida, donde la convivencia todo lo transforma, donde el día a día, y descubrir de verdad como es el otro compite con la magia, y no se puede vivir en un estado eterno de enamoramiento gilipollezco y romanticismo al más puro estilo de Pretty Woman, porque nadie va a venir a rescatarte en una limusina blanca con rosas. Aprende a rescatarte solita princesa, y aprende a idealizar esa sonrisa traviesa con la que duermes cada noche. Muévete del sofá de la costumbre en el que te has sentado, y haz algo para evitar esas ensoñaciones que tienes despierta, esos ataques de romanticismo ideales, y ese volver al pasado constante que tienes, porque ni él era el típico  Don Juan, ni tú eres una princesa de cuento. 

Aprende a diferenciar tus conflictos, que los tienes, y a lidiar con ellos. Pero aprende también a diferenciar esos conflictos, del ideal que estás haciendo de lo que pudo ser y no fue, porque de haber sido, la rutina, la monotonía, y la caída de vendas también habrían llegado, hasta con el mismísimo Richard Gere habría llegado, por mucho que quieras pensar que no, y que con aquel de ojos verdes hubiera sido diferente, porque NO lo habría sido, como no lo fue con los barcos que ya se te hundieron. 

Hurga dentro de ti, por más que no te guste, pero hazlo, porque sólo así podrás enriquecer tu vida. Averigua porqué esa necesidad de romanticismo constante, y de idealizar lo que no fue. Y valora lo que tienes, porque si algún día se te va, entonces es cuando lo vas a lamentar. Usa las herramientas que tengas, busca nuevas, invéntalas, pero hazlo. 

domingo, 22 de agosto de 2021

El cuento número 11

 Había una vez un cuento que parecía no tener fin.

Era el cuento número 11. Un cuento de recuerdos y de ilusiones vagas. Cuando ni si quiera deberían de existir esas ilusiones. Un cuento donde ella había decidido que él sentía lo mismo, que las huellas que había marcadas en ellas eran las mismas que había marcadas en él. Ella había decidido, en su propia fantasía, creer que él la recordaba de la misma forma, que había significado algo en su vida, a pesar del aquel final terrorífico.

Había decidido, romántica empedernida como era, que él no la había olvidado, que la había perdonado, y que a pesar de vivir separados, como tenía que ser, él la recordaba con el mismo cariño que ella lo hacía. 

¿y si no era así? ¿y si para él sólo fue lo que necesitaba para recuperar su vida, para curar sus heridas, y nada más? Ella, romántica empedernida como era, no podía creer que eso fuese así, que no significase nada, que ni si quiera la recordase. De nuevo, 10 años después, volvía a necesitar respuestas, aunque sabía que no había forma de conseguirlas. 

Había una vez un cuento donde ella recibía un mensaje privado en su red social, diciéndole que sentía mucho como ocurrió todo, que no había rencor en su corazón si no gratitud y buenos sentimientos.

Había una vez un cuento donde volvían a sentarse de nuevo delante de una taza de café, donde ella volvía a mirar esos ojos verde mar, y donde volvían a reír una última vez.

Había una vez un cuento donde ellos, 10 años después, podían despedirse al fin como no lo hicieron, en paz. 

Pero tan solo era un cuento. Un cuento que parecía no tener fin.

A mis fantasmas

 Intento llevar una vida de paz, calma y tranquilidad...

...y de pronto: un recuerdo, un sueño, alguien que sin yo pedirlo te nombra...

y el corazón se acelera, un vértigo me sube desde el estómago hasta la boca. Y vuelves a aparecer, colándote sin permiso por un resquicio de mi subconsciente. Y de nuevo me desordenas la vida, sacudes los recuerdos, aunque sea por un momento, por un día, la nostalgia y la melancolía se apoderan de mí. En nombre de aquel perdón que nunca llegó, en nombre de ese último café que no tomamos, y de aquella última sonrisa que no nos dedicamos. En nombre de las cosas que quise decir y que se quedaron enterradas en algún lugar remoto de mi ser. O no tan remoto...

Sólo quiero vivir en paz, sólo quiero dejaros atrás, tener la fórmula de otras personas para romper sin más ni más con todo el pasado, y recordarlo sin dolor, sin melancolía, ni nostalgia, ni rabia...o aún mejor, dejaros atrás sin ni si quiera recordaros. 

Sólo quiero que dejéis de colaros en mi vida, quiero vivir el presente, aquí y ahora, centrarme en el futuro, olvidando el pasado. 

Me pregunto si algún día decidiréis desaparecer...


viernes, 6 de agosto de 2021

Despedidas.

Una despedida nunca es fácil. Ya sea una despedida involuntaria o voluntaria, impuesta o elegida, nunca es fácil. Supone decir adiós a alguien. Si las vivencias con ese alguien han sido bonitas, positivas, cargadas de cariño y comprensión...toca realizar un duelo duro. Si ese alguien ha dejado tras de sí un reguero de dolor, lágrimas, traumas y toxicidad, toca alejarse y desintoxicarse, y tampoco eso es fácil. Hay que poner mucha conciencia y voluntad en ello.

Luego están las despedidas ausentes. Es como cuando la persona de la que te despides sube a un tren. Al tren de su propia vida, de su propio camino elegido. Esa persona ya no quiere que la acompañes en el tren de sus momentos, y te quedas allí, en el andén, observando primero cómo se aleja lentamente, ese tren que parte con tu compañero/a y sin ti, va tomando velocidad hasta que dejas de divisarlo. Y sin embargo tú te quedas ahí, diciendo adiós con tu mano a nadie, a nada, porque ya no hay nada, tan sólo el vacío, tan sólo el recuerdo. Te quedas diciendo adiós a un recuerdo.

Están las despedidas en las que una parte no asume que la otra ya se ha ido, e intentas retener algo de esa persona, intentas que al menos se quede en nombre de la amistad, pero esa persona ya no tiene ningún interés. Y llamas, y hablas, y le escuchas, y te vuelve a hacer reír con sus ocurrencias, y te vuelve a contagiar su risa, pero cuelga, y se vuelve a ir. No te engañes, es algo pasajero, es sólo un momento, no es real, es como un espejismo, un oasis en medio del desierto que al final no es. Hasta que llega el bendito día en que sientes que ya no hay más, y sueltas, y te quedas sólo con el bonito recuerdo, y la pena por no haber podido retener a alguien que aportaba tanto. 

Luego están las despedidas engañosas. Aquellas personas de las que crees que te has despedido, pero que siguen viniendo a tu memoria, que siguen apareciendo en tus sueños, y de las que sigues esperando un mensaje limpio, sano, pero que nunca llega. 

Por eso nunca se sabe cuánto puede durar una despedida. Por eso una despedida...nunca es fácil. 

Y por último, están las despedidas que se vuelven reencuentro, y ahí es donde la magia y la ilusión, aparecen de nuevo.