domingo, 22 de agosto de 2021

El cuento número 11

 Había una vez un cuento que parecía no tener fin.

Era el cuento número 11. Un cuento de recuerdos y de ilusiones vagas. Cuando ni si quiera deberían de existir esas ilusiones. Un cuento donde ella había decidido que él sentía lo mismo, que las huellas que había marcadas en ellas eran las mismas que había marcadas en él. Ella había decidido, en su propia fantasía, creer que él la recordaba de la misma forma, que había significado algo en su vida, a pesar del aquel final terrorífico.

Había decidido, romántica empedernida como era, que él no la había olvidado, que la había perdonado, y que a pesar de vivir separados, como tenía que ser, él la recordaba con el mismo cariño que ella lo hacía. 

¿y si no era así? ¿y si para él sólo fue lo que necesitaba para recuperar su vida, para curar sus heridas, y nada más? Ella, romántica empedernida como era, no podía creer que eso fuese así, que no significase nada, que ni si quiera la recordase. De nuevo, 10 años después, volvía a necesitar respuestas, aunque sabía que no había forma de conseguirlas. 

Había una vez un cuento donde ella recibía un mensaje privado en su red social, diciéndole que sentía mucho como ocurrió todo, que no había rencor en su corazón si no gratitud y buenos sentimientos.

Había una vez un cuento donde volvían a sentarse de nuevo delante de una taza de café, donde ella volvía a mirar esos ojos verde mar, y donde volvían a reír una última vez.

Había una vez un cuento donde ellos, 10 años después, podían despedirse al fin como no lo hicieron, en paz. 

Pero tan solo era un cuento. Un cuento que parecía no tener fin.

A mis fantasmas

 Intento llevar una vida de paz, calma y tranquilidad...

...y de pronto: un recuerdo, un sueño, alguien que sin yo pedirlo te nombra...

y el corazón se acelera, un vértigo me sube desde el estómago hasta la boca. Y vuelves a aparecer, colándote sin permiso por un resquicio de mi subconsciente. Y de nuevo me desordenas la vida, sacudes los recuerdos, aunque sea por un momento, por un día, la nostalgia y la melancolía se apoderan de mí. En nombre de aquel perdón que nunca llegó, en nombre de ese último café que no tomamos, y de aquella última sonrisa que no nos dedicamos. En nombre de las cosas que quise decir y que se quedaron enterradas en algún lugar remoto de mi ser. O no tan remoto...

Sólo quiero vivir en paz, sólo quiero dejaros atrás, tener la fórmula de otras personas para romper sin más ni más con todo el pasado, y recordarlo sin dolor, sin melancolía, ni nostalgia, ni rabia...o aún mejor, dejaros atrás sin ni si quiera recordaros. 

Sólo quiero que dejéis de colaros en mi vida, quiero vivir el presente, aquí y ahora, centrarme en el futuro, olvidando el pasado. 

Me pregunto si algún día decidiréis desaparecer...


viernes, 6 de agosto de 2021

Despedidas.

Una despedida nunca es fácil. Ya sea una despedida involuntaria o voluntaria, impuesta o elegida, nunca es fácil. Supone decir adiós a alguien. Si las vivencias con ese alguien han sido bonitas, positivas, cargadas de cariño y comprensión...toca realizar un duelo duro. Si ese alguien ha dejado tras de sí un reguero de dolor, lágrimas, traumas y toxicidad, toca alejarse y desintoxicarse, y tampoco eso es fácil. Hay que poner mucha conciencia y voluntad en ello.

Luego están las despedidas ausentes. Es como cuando la persona de la que te despides sube a un tren. Al tren de su propia vida, de su propio camino elegido. Esa persona ya no quiere que la acompañes en el tren de sus momentos, y te quedas allí, en el andén, observando primero cómo se aleja lentamente, ese tren que parte con tu compañero/a y sin ti, va tomando velocidad hasta que dejas de divisarlo. Y sin embargo tú te quedas ahí, diciendo adiós con tu mano a nadie, a nada, porque ya no hay nada, tan sólo el vacío, tan sólo el recuerdo. Te quedas diciendo adiós a un recuerdo.

Están las despedidas en las que una parte no asume que la otra ya se ha ido, e intentas retener algo de esa persona, intentas que al menos se quede en nombre de la amistad, pero esa persona ya no tiene ningún interés. Y llamas, y hablas, y le escuchas, y te vuelve a hacer reír con sus ocurrencias, y te vuelve a contagiar su risa, pero cuelga, y se vuelve a ir. No te engañes, es algo pasajero, es sólo un momento, no es real, es como un espejismo, un oasis en medio del desierto que al final no es. Hasta que llega el bendito día en que sientes que ya no hay más, y sueltas, y te quedas sólo con el bonito recuerdo, y la pena por no haber podido retener a alguien que aportaba tanto. 

Luego están las despedidas engañosas. Aquellas personas de las que crees que te has despedido, pero que siguen viniendo a tu memoria, que siguen apareciendo en tus sueños, y de las que sigues esperando un mensaje limpio, sano, pero que nunca llega. 

Por eso nunca se sabe cuánto puede durar una despedida. Por eso una despedida...nunca es fácil. 

Y por último, están las despedidas que se vuelven reencuentro, y ahí es donde la magia y la ilusión, aparecen de nuevo.