miércoles, 7 de mayo de 2014

Llegó a casa. Cogió el último cigarrillo que le quedaba, y comenzó a escribir...
Acababa de estar  con Gabriel, tomando una copa que le había hecho llegar a casa algo menos sobria de lo normal, y sumirse una vez más en sus propios pensamientos, aunque no necesitaba alcohol para reflexionar, casi lo hacía continuamente, aunque no siempre dejaba constancia escrita de dichas reflexiones.
Llegó a casa con el sabor de boca que aquel gin-tonic le había dejado, y con el fastidio de no poder disfrutar de su presencia, de sus charlas, de sus risas, de la manera que ambos merecían. Siempre que estaba con Gabriel en un lugar público temía si Alfonso se enteraría, si alguien en común los vería.
Y es que Gabriel no era tan solo su ex, era su confesor, su apoyo incondicional, mucho más que un amigo, y él lo sabía. Por alguna extraña razón, ella temía que Gabriel la olvidara, que alguna otra borrara su recuerdo, porque ella, a pesar de no haber existido ese amor necesario para que una relación incipiente continúe, guardaba grandes y muy buenos recuerdos de él.
Había pasado algún que otro hombre más, no muchos a decir verdad, desde que Gabriel y Marta lo dejaron, pero la diferencia entre el pasado de ella y Gabriel, es que, cuando Marta miraba hacia atrás en la playa por la que paseaban sus recuerdos, la huella de Gabriel le hacía sonreír. No era así con los demás.
No estuvieron enamorados. Quizá por eso eran tan buenos amigos, quizá por eso, y porque él siempre había estado ahí, porque él jamás le falló, podían ahora tener esa relación especial que tenían. Así lo sentía ella, y así quería que lo sintiese él, aunque Marta no sabía a ciencia cierta qué era lo que él pensaba...
Como decía el Gran Maestro en una de sus sabias canciones, lo que daba letra a sus sentimientos era ese: "Que nos desclaven si es que pueden, que nos separen, que lo intenten..." Pero temía que no fuese igual para Gabriel. Se sentía unida a él de una manera extraña que no podía explicar ni si quiera en su diario privado.
También sabía que Gabriel leería aquello, puesto que siempre sabía leer en su corazón, bien porque ella desde el principio se desnudó, y a esas alturas, también porque él la conocía demasiado. Pero era la única persona que leería en lo profundo de su corazón, y a ella no le importaba que así fuera.
Sabía que algún día sus caminos se separarían, pero también sabía que cada vez que algún cliente de la misma ciudad de Gabriel se sentara en el bar donde ella trabajaba, acabaría diciendo lo mismo con una sonrisa que llenaba sus labios: "¡yo tuve un novio maño!
Cerró su diario, se puso el pijama, y con la extraña mezcla de sensaciones, se durmió.

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